lunes, 25 de agosto de 2014

VOLVER OTRA VEZ DE VUELTA

Encontrarnos otra vez con esas cosas que nunca imaginamos que extrañaríamos tanto, hasta que nos faltaron, y sentir qué felicidad estar de vuelta en casa; con mi gente, mi familia, mis amigos. Y volver a escuchar la voz de Dolina hasta las dos de la mañana. Y comprar cerveza de a litro, y  decir ¡eh, qué caro! Y ver Orión otra vez patas arriba. Y andar descalzo. Y jugar al paddle. Y ver (¡por fin!) mujeres bonitas de minifalda y tacos altos. Y armar un asado en quince minutos para volver a contar el cuento del caballo verde. Y tomar mates, en vez de esos jarritos maricones de Starbucks. ¡Y volver a lavarme el culo en un bidet! Y saludar diciendo hola negro, sin temor a que me lleven preso. Ver que brilla el sol todos los días y volver a escuchar a la gente quejándose ¡ufa, qué calor, con la falta que hace la lluvia! Y tomar el ómnibus como viene, sin leer antes un manual de instrucciones. Y no tener más miedo a los microbios, a las bombas, a los aviones. Y tener un cambiamarchas al alcance de la mano para meter rebajes, escuchando que el bien y el mal definen por penal, que las clases empiezan con paros, que los mismos de siempre quemaron las urnas, y que mañana, si quiero, me doy vuelta de panza y sigo durmiendo, bajo el zumbido de los mosquitos y el calor, mientras las Ketchup, desde la radio del vecino, la bailan y la gozan, sin parar hasta que salga el sol. Pero igual qué lindo es vivir en una casa de ladrillos, que no ande crujiendo a cada paso, y poder irme de la cama al living sin subir escaleras. Y estar aquí, donde los Ramones son los Ramones, y no los Ramouns; donde cada vocal es una letra y no un conglomerado de quejidos. Donde las monedas tienen números en vez de apodos. Y qué suerte que existan los billetes de dos pesos, el choripán con chimi y el sángüiche de milanesa. Y escuchar en el contestador ¡me operé, negro, mañana voy a que me veas las tetas! Y poder decir negro, y poder decir tetas, sin tener a la vista los gruesos volúmenes de instructivos, manuales, prohibiciones. Y qué suerte que todavía es verano y ya refresca.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

SALVADO DE LAS AGUAS

En la isla de Butachauques, frente a la Mar Brava, una india de ochenta y dos años que jamás dio a luz, agoniza en cuclillas, frente a las olas del pacífico, sin saber que ochocientos kilómetros al norte, en un anónimo estadio de fútbol, el mismo sol de otoño que estruja el último hálito de savia de sus huesos, barre también otros cuerpos con el manto de la muerte unánime, inaugurado bajo el fuego de la metralla setenta años antes, en una olvidada escuela de Iquique. Con ella se extingue la raza milenaria de la tribu  del río Chepu y el secreto sobre la verdadera identidad del mítico héroe vikingo Jan Cutel, cuya historia fue transmitida durante un siglo, desde el abuelo de su abuelo: El niño salvado de las aguas heladas del Chepu por la cazadora de centollas que lo amamantó sin ser su madre, como a Moisés.
     Los periódicos ingleses lo proclamaron Robin Hood salvaje, por sus vandalismos de corsario en la isla grande de Chiloé, considerándolo hijo tardío del décimo conde de Dundonald, Thomas Alexander Cochrane; un almirante británico que, expulsado de la armada por estafas en la bolsa de Londres, se largó a probar suerte contra los españoles en tiempos de O'Higgins, contra los portugueses en Brasil, y contra los turcos en Grecia. Volvió a su isla natal en 1830 convertido en héroe; la armada lo rehabilitó y se pasó veinte años dictando conferencias. A los setenta volvió a embarcarse con el delirio senil de cruzar nuevamente el Estrecho de los Demonios, hacia el Pacífico, para cargar contra las últimas fortificaciones españolas, parapetadas en Chiloé. Se habría unido a una mapuche casual, durante la celebración de la toma de Ancud, lograda, después de seis rotundos fracasos, mediante el uso de barcazas disfrazadas con banderas españolas; de este modo logró sortear los fiordos y el fuego cruzado de los cañones de San Antonio y Ahui, y liberar el último bastión del imperio colonial español, a favor de la libre empresa británica.
     La memoria oral es diversa: John Cute, el mestizo, o Jan Cutel, el rojo, abandonó el río Chepu en su temprana adolescencia para instalarse en las márgenes de la selva valdiviana, frente al lago Yanquihue.
     En 1870 Wilbur O'Connor en persona dio manija a la primera máquina de vapor capaz de aserrar en diez minutos los veinte siglos de un alerce adulto, inaugurando, entre el vapor de la caldera y el humo de su cigarro, inmortalizado por los daguerrotipos oficiales, el ruido a cuchillas y el hedor a petróleo del progreso, que se impuso, con alegre beneplácito de los generales, como una nueva frontera a la barbarie chilota, confinada a los límites de su isla glacial.
     Margaret O'Connor tenía diecisiete años cuando Jan Cutel la secuestró en su bote de pescador; cruzó el lago y se refugió en un rancherío al pie del volcán Osorno. En vano Wilbur ofreció recompensas y bituperaciones, hasta que, con los años, su esposa logró convencerlo de que lo perdonara, que era un buen hombre, que Margaret había estado siempre decididamente enamorada de él y que habían huído por exclusiva culpa de su incomprensión. "Acéptalo, o no volveremos a ver a nuestra hija", concluyó.
     Wilbur publicó y corrió la voz de su perdón, del mismo modo que años antes había publicado su recompensa. Pocas semanas después se celebró la boda más brillante de la recién
ilustrada región, oficiada por el arzobispo de Santiago en persona, y aplaudida por los mismos coroneles que acababan de sacudirse el barro de la pesquisa, y por el propio nieto de Wilbur, bautizado John Cute O'Connor, de dos años de edad.
     Jan Cutel timoneó la balsa con la comitiva familiar y las máquinas que habrían de inaugurar el primer aserradero de la isla grande, en la ciudad de Castro, en cuya plaza, frente al mar interior, estaría expuesta cien años más tarde, para el oprobio público, culpable de la devastación de los bosques, de sus animales, y de su gente. En la noche cerrada y turbulenta, a mitad del canal de Chacao, fueron atacados por los piratas. Nunca se aclaró el origen de los bandidos, supuestamente un rejunte de corsarios ingleses ya sin patente, aragoneses holgazanes y bandidos huérfanos. Cutel logró ver el degüello inmediato de sus suegros y los fornidos brazos que secuestraban a su esposa e hijo mientras la balsa se pulverizaba contra los fiordos. Sobre uno de los maderos llegó a la Bahía Brava, desmayado por el congelamiento. Al despertar reconoció el rostro de su madre, recortado en la toldería del Chepu y juró frente a los hombres convertirse en el dios de la furia hasta encontrar a su familia.
     Esa misma noche partió, acompañado por dos guerreros jóvenes, a dar su primer golpe. Tenía veinticinco años. A los treinta comandaba el ejército más aguerrido del sur del continente, formado de indios rebeldes, marineros empobrecidos, hacheros anarquistas, bandoleros y renegados que, desde el altiplano hasta la patagonia, peregrinaban a su encuentro. El comandante Ian‑Cutel, como se le llamó en las tolderías de Chiloé, libró su guerra personal simultáneamente contra los intereses de la República, la Gobernación Militar de la Isla Grande, el liberalismo económico de maquinaria inglesa y las cenizas reminiscentes en los confesionarios del desmoronado imperio colonial. Su hierático sentido de justicia lo elevó a la categoría de autoridad máxima de la isla, y el mismo gobernador militar hubo de darse por vencido y someterse a su rigor, hasta la llegada del ejército grande, enviado por el ministerio de la nación, que declaró al insurrecto "enemigo público número uno". Ian‑Cutel azotó los navíos de todas las banderas para repartir el botín entre los habitantes de la isla, tomó por asalto y asedió las unidades militares y administrativas desde Mocopulli hasta Quellón, instruyó a sus hombres sobre las tácticas de la guerrilla y disciplinó a los habitantes del río Chepu sobre el arte de volverse invisibles. Ni la vanguardia provincial ni la expedición del ministerio lograron jamás dar caza al hombre que hizo temblar el poder de tres imperios, durante veinte años, sin más armas que su cuchillo apretado entre los dientes.
     Una noche de mil ochocientos noventa y cinco los jefes de todas las tribus de la isla se reunieron en concejo para ofrecerle la comandancia de una confederación, con el título de Cacique de Caciques. Antes de morir degollados por su mano, los piratas, capturados ese mismo amanecer, habían confesado; los muertos del asalto yacían enterrados en la ladera del Osorno.
     "Nunca fui revolucionario, ‑les contestó‑. El único motivo de mi lucha fue una tumba donde llevar flores a mi esposa y a mi hijo. Los he encontrado y no volveré a empuñar un arma". Tiró su cuchillo al suelo y partió en la precaria balsa, hacia el volcán.
     Apenas desembarcó en Pargua cuando los gendarmes lo apresaron sin que ofreciera resistencia. En el polémico juicio fue condenado a muerte e indultado de inmediato, ante el temor de una insurrección indominable. Quedó detenido hasta nueva orden, durante más de treinta años.
     Una fría mañana de invierno de mil novecientos veintinueve, mientras repentinos ex‑millonarios se arrojaban desde los balcones de la Quinta Avenida en Nueva York y una lluvia de metralla silenciaba a los últimos peones anarquistas del sur del río Colorado, con casi ochenta años, un mestizo flaco y encorvado, regresaba para instalar sus huesos, definitivamente, en el hogar abandonado a la vera del Yanquihue. El volcán Osorno se levantaba imponente en la orilla opuesta, pero la selva ya no existía, y en el lugar del aserradero se habían instalado terratenientes ingleses, asalariados por la República, para colonizar la tierra con alambrados que impidieran el avance de salvajes y expedicionarios argentinos con falsos títulos de peritos.
     Medio siglo transcurre hasta que, en la isla de Butachauques, confinada, la última india invisible de la tribu del río Chepu, extingue su raza y el secreto del hombre que esperó cincuenta años para depositar una flor en la tumba de su esposa; el hombre que nunca fue rojo, ni blanco, ni extranjero; el pescador mapuche cuyo nombre significa "salvado de las aguas": Yankute.

martes, 28 de agosto de 2012

NATURALIDAD FEMENINA


[microcuento de humor machista]

El hombre está abrumado. Para calmarse se sienta a meditar en posición de loto, cerca de la puerta. Logra una profunda concentración. Se sale de su cuerpo, al que permanece unido por el incandescente hilo de plata. La cabeza queda colgando, relajada. Su alma dá unas vueltas a la habitación y se ubica en un rincón del cielorraso, donde queda en actitud contemplativa, durante un instante eterno.
Al entrar su mujer, con la puerta empuja el cuerpo, que cae desparramado, como si estuviera muerto. Ella, sin sorprenderse, empieza a hablarle, mientras lleva a cabo una serie de tareas a gran velocidad; se arregla, se viste, se peina… Se impacienta porque él no responde, y lo increpa:
"¡Sé que me estás viendo y escuchando! ¡Dejáte de juegos y volvé a meterte en tu cuerpo de una vez, que se nos hace tarde!"

jueves, 23 de agosto de 2012

EN LUNA DE PÁJAROS fm Activa


El 01 de julio de 2011, a la hora en que Argentina jugaba el partido del mundial, Liliana Chávez me invitó a participar al programa de radio que conduce: "Luna de Pájaros", donde leímos poemas y hablamos de literatura y arte. Este es el link para ver fotos, textos y descargarlo en mp3: http://programalunadepajaros.blogspot.com.ar/2011_07_01_archive.html

martes, 14 de agosto de 2012

NO TE MUERAS TODAVÍA: La Story Line

Esta Novela fue escrita entre 1991 y 2011.

A continuación la  Story Line:



NO TE MUERAS TODAVÍA es una sátira de novela policial, de humor crítico y ácido contra instituciones, costumbres y valores propios del siglo XX. Está ambientada a principios del siglo XXI, en los E.U.C. (Estados Unidos de la Coca) donde se habla Spanglish (espanglés). Ferguson Dust es un desventurado empleado de Inteligencia y Bravuconería, en el flamante Octógono (suscesor del pentágono), criticado por su mujer, Delia,  maltratado por su jefe, el polaco Macussi, y detestado por su suegro, el hacendado Padilla. Es enviado en una balsa estercolera, por el Amazonas peruano, a una misión suicida que él mismo ignora, en la peninsular Drakulia/Fucklands. Es el Megafeudo, gobernado por una casta descendiente de maltrechos vampiros, donde se está gestando una revolución armada. Dust naufraga a causa de una explosión de desechos nucleares y un tiburón le quita el portafolios con los explosivos y las instrucciones secretas de su misión. La tripulación es secuestrada por indios antropófagos y luego por Her Mayer, un ex-jerarca nazi interesado en encontrar una mítica computadora a válvulas en la que se habría almacenado la memoria genética de Hitler a fin de reconstruirlo en el futuro. Huye hacia una aldea, distrayendo la atención de las pirañas con el desventurado pellejo del capitán Hröjk. En una taberna se une al grupo de míseros revolucionarios que darán un golpe fallido al día siguiente. Equivoca el baño, defeca sobre una alfombra persa y roba un sobre, esperando que sea dinero. Trata de enviar un informe de situación a su jefe, en medio de la batalla, y descubre con frustración que el sobre robado contiene recortes de diarios, con comentarios de ciencia ficción, que relatan el desarrollo del negocio de la inmortalidad, desde sus albores hasta ese momento, en que ya se estaría comercializando el billonario servicio. En el fragor de la patética batalla es arrojado por revoltosos al patio de la embajada de los E.U.C., donde un grupo SWAT le da la bienvenida a culatazos. Internado en el hospital militar, reencuentra su maletín, aún incrustado en la mandíbula del tiburón, enyesada al brazo de Nelson Ortega Fu Yi, ex-grumete de la balsa naufragada y futuro socio. Contiguo al hospital, el Gran Patriarca, Sumo Sacerdote y Jefe Político y Militar del Megafeudo, Menehem Drakul, protagoniza la filmación de un banana western, recomendado por su asesor de imagen digitalizada, junto a su preferida, la exuberante Roxi. Huyen del hospital hacia el bunker de Ortega, en la sierra, espalda contra espalda, encadenados a un inodoro. Se asocian. Ortega se marcha a cerrar un negocio de venta mayorista de órganos para países pobres, transformado por un exclusivo maquillaje holográfico, y Dust, tras la reiterada ingesta de martinis secos, participa de un disparatado golpe a Drakul, durante las escandalosas confesiones colectivas, en las que simultáneamente se administran indulgencias públicas, se bautizan sexualmente a las flamantes quinceañeras, y se apalean, en los fondos, a los evasores del diezmo dominical. Dust logra secuestrar al Gran Patriarca en su propia Alfombra Voladora Uno, junto al exégeta, quien desmiente de antemano toda declaración del lider, pasada, futura y concomitante. Se convierte en un ícono de la revolución; entusiastas jovencitas bordan la nueva bandera del feudo en base a los característicos cuadros marrones de cuatro pulgadas de lado de sus exclusivos pantalones. El subcomandante Spartok siente envidia y deseos de sacárselo de encima; por ello (y por saber inglés) lo envía en misión plenipotenciaria a los E.U.C. a pedir apoyo económico a diversos organismos oficiales (y en última instancia a la Pepsi). Ha recibido sabios consejos del decrépito Drakul, de quien fuese carcelero, que le permiten descubrir que Spartok, “el traidor”, es hijo del depuesto dictador y trabaja secretamente para él. En el campamento aparecen tres odaliscas idénticas, aunque una lleva un monóculo; Dust adivina que se trata de Her Mayer, triplicado y holográficamente maquillado. Descubierto, sacude los pechos y se pone a las órdenes de Dust para trabajar en la biocomputadora del bunker, donde le practica una oportuna operación de nariz, justo antes de partir hacia la Asamblea de la Nación Única Unida, donde deberá leer su patético discurso de auxilio económico. Llega con hipotermia, colgado de la escalera del helicóptero de los apresurados marines, que no esperan a que complete su ascenso hasta la nave. Mientras expone ante los líderes del mundo unido, le alcanzan un mensaje que apenas logra descifrar cuando está pronunciando ya las últimas líneas de su discurso: Tras ochenta años, los supuestamente extintos trogloditas, (tan pregonados por los decrépitos militares para fomentar la perimida teoría de los dos demonios), bajaron de las montañas, quemaron los campos y comieron a los habitantes. Viendo perdidos su poder plenipotenciario, sus contactos con las altas jerarquías entrantes y salientes de Drakulia, los múltiples negocios y las fogosas admiradoras, decide cambiar súbitamente las últimas líneas del discurso; sustituye héroes por traidores, eterno por efímero, acero por fango, y concluye solicitando la inmediata devastación de la península con napalm. Macussi lo felicita, pues el ataque ya estaba previsto de todos modos.
Gracias a sus dos grandes virtudes: debilidad y cobardía, se vuelve un héroe en vida, Vicedirector Honorario de la R.E.A., Protector Vitalicio de las Fucklands y Monopolista de la banana, asociado a su suegro, quien cambia el apelativo asqueroso gusano por el de querido yerno. Reinstala el laboratorio bunker a cargo del triplicado Mayer, quien convierte a Macussi en chimpacé, en venganza, y reconstruye al maltrecho capitán de la balsa estercolera a partir de un metatarso.
El monólogo final de Dust ante una reportera es interrumpido por los fornidos enfermeros que lo acarrean a la intervención que habrá de conferirle la inmortalidad (o acaso la muerte), pero le confiesa a la periodista que lo está entrevistando que no le interesa publicar su biografía, ya que considera a la novela un género perimido, y en todo caso, ¡mañana será otro día!

domingo, 20 de mayo de 2012

ESKRÉTOR


(el superhéroe andergráun)

—¡Que se baje le digo!
—No me guá bajá ni bosta.
—¡O se descuelga ya mismo, o le mando serruchar el pino!
—Ole que vai a tardá poquito.
—¡Insolente, guarango, maleducado!
—Pero no tan pelotudo —lo interrumpió el joven prófugo— ¿Con qué me vai a´cé bajá, mavé?
El agente zapateó un poco. No mucho, por lo del abdomen prominente; no fuera a caérsele el estómago otra vez, como el año anterior. Y justo en medio de esa trifulca en que el preso se le había fugado, y se quedaba panchamente sentado en la rama del árbol, matando el tiempo, como si tal cosa, dejando pasar las nubes lentas de la tarde y el sol de la siesta de verano.
Se quitó la gorra y la dejó en el suelo. Se pasó la manga de la camisa por la frente y le gritó que se bajara por última vez o contaría hasta tres y lo cagaría a tiros con la pistola reglamentaria; que para eso la tenía.
—Pistola teníai vó cuando érai joven.
—Que te cago un tiro a la una.
—Sacála si soi macho, ¿a´vé?
—A las dos —contó el agente, con su uniforme azul empapado de transpiración, y cargó el proyectil en la recámara de la cuarenta y cinco.
Cuando levantaba el brazo percibió el chorro de pis, desde lo alto; sin gorra, para colmo; a cara descubierta. A las tré, le gritaba el preso, muerto de risa.

EL VIAJERO





En sus últimos días el viajero se vuelve un sabio escéptico.
Descree de todas las formas de lo humano y de lo cósmico.
Todas las claves le resultan transparentes e inútiles.
Las revelaciones del agua de los ríos,
de los ojos de los hombres,
de los pliegues de un árbol,
son metáforas de un mismo poema.
Nuevos nombres para clasificar viejas fantasmagorías.
cree aún en un mensaje recóndito, inaccesible:
¿Otra forma de la misma máscara?
Ha comprendido que todos los riesgos a que se ha enfrentado
son los disfraces de un solo riesgo idéntico,
todas las fuentes de la alegría y del dolor
producen una única alegría y un dolor único;
todas las experiencias de los siglos
se resumen en un puñado de emociones y recuerdos.